De bailarina exótica a pastora cristiana: el crudo testimonio de Berenice Juárez sobre cómo llegó a ser predicadora

Cada domingo, Berenice Juárez se levanta temprano, elige la mejor de sus faldas —siempre larga, hasta los tobillos— y camina hasta la Iglesia Cristiana Ministerios Maranatha, donde predica la palabra de Cristo desde que se convirtió en pastora.
En sus reuniones, las lágrimas suelen aparecer cuando comparte su testimonio. Quienes la escuchan mantienen la mirada fija, hipnotizados por una historia marcada por la crueldad extrema que estremece a la mayoría.
La conmoción no es porque sí. La vida de esta colombiana, residida en Monterrey, Nuevo León, es una cadena de infortunios.
Una infancia marcada por la prostitución y las adicciones
Berenice es la menor de tres hermanos en una familia disfuncional, marcada por la prostitución de su madre y el alcoholismo de su padre. Ese entorno dejó una infancia con golpes, abusos de todo tipo y en la que los abrazos y los “te quiero” eran casi inexistentes.
Ella misma explica que interiorizó esta realidad como la única norma posible: “Cuando tú naces y vives en un hogar disfuncional donde la prostitución es el lenguaje, se vuelve un estilo de vida, era ‘costumbre y naturaleza’”, relata en una de sus congregaciones.
Este contexto la empujó prematuramente a la calle, donde se volvió adicta a la cocaína con tan solo 11 años, algo que, con el diario del lunes, no le sorprende, pues considera que “era del mundo que venía”.
Berenice tuvo una infancia muy dura. Foto: Facebook Berenice Villanueva JuárezLa violencia que Berenice normalizó en su casa escaló a sus 14 años, cuando fue víctima de abuso sexual por parte de un hombre de 40, en un contexto de intercambio por droga, lo que resultó en el embarazo de su primer hijo.
A pesar de su corta edad, decidió tener a su hijo, sin embargo aun recuerda la angustia que la invadió en aquel momento. “La vida se me hizo pedazos. Yo no quería tener a mi hijo, quería que fuera todo un sueño porque no visualizaba mi vida con otra vida en mis manos, porque ni siquiera lo que yo vivía era una vida “, cuenta con lagrimas en los ojos frente a los fieles.
Cuándo su vida empezó a verse cada vez más oscura
A los 15 años, su avanzada adicción la llevó a un centro nocturno de Monterrey donde trabajó como bailarina exótica para poder intercambiar sexo por droga.
“En esos tiempos, cuando abusaban de mí y me dejaban golpeada en los hoteles, llegué a pensar que Dios no existía”, recuerda sobre su pasado en el que no le importaba cómo, solo quería tener su dosis.
La pesadilla se intensificó cuando aceptó una supuesta oferta de trabajo en la Ciudad de México que la convirtió en una presa fácil de una red de trata de personas.
“Era ilusa, me dejaba llevar por el coraje y el rencor que hasta llegué a pensar: ‘Ojalá me maten para que mi mamá venga a recoger mi cuerpo’. Lo único que quería era que, aunque fuera una vez, ella volteara a verme”, confiesa con llanto.
Juárez fue enviada a un lugar donde “tienen muchos jóvenes extranjeros y venden seres humanos como si fueran un artículo”.
“Tenía que estar con ancianos sin dentadura, con tipos que me ponían pistolas en la cabeza”. Incluso la higiene, cuenta con crudeza, era un acto de humillación: “Nos acostaban a todas, nos tiraban puños de jabón en polvo y con una manguera de presión nos bañaban”.
Hay realidades que resultan imposibles de imaginar para quien no las vivió. Berenice recuerda que, en aquel lugar, le tatuaron desde el ombligo hacia abajo, como si necesitasen “marcarte como ganado”.
Fueron cinco años atrapada en un infierno en el que cada noche, entre 30 y 40 hombres la violaban sin tregua, mientras “sus jefes” le inyectaban heroína para que pudiera seguir siendo sometida a más y más personas.
La violencia y la humillación se habían convertido en su rutina diaria, borrando cualquier pizca de esperanza.
Un salvador enviado por Dios
Tras años en la oscuridad, la liberación llegó a través de un cliente habitual -al que prefiere no nombrar- que la compró por 100.000 mil pesos mexicanos (5400 dólares) para sacarla de la red y convertirla en “su novia”.
Él, un fisicoculturista, la sacó de aquel lugar y la llevó a vivir a su casa por un tiempo, con la intención de rescatarla, no de explotarla, pero si bajo la condición de no salir sin él.
Berenice no podía creerlo; todo parecía un sueño, motivo por el cual no paró de llorar por varios días. Durante ese período, él le enseñó a comer saludablemente, la ayudó a dejar las drogas, a vestirse, a recuperar hábitos que le permitieran llevar una vida sana, e incluso le regaló su primera Biblia.
Una noche, durante la cena, Berenice se animó a contarle toda su historia y le confesó que tenía 3 hijos -todos producto de su vida como prostituta- al cuidado de su madre, a quienes llevaba 5 años sin ver.
Le pidió permiso para visitarlos. Él se enfureció y le advirtió que, si se iba, no podría volver nunca más. Ella no dudo en irse. “Ahí supe que Dios existía -dice-. Nadie que te compra te libera así nomás.”
Hoy, Berenice predica en la Iglesia Cristiana Ministerios Maranatha, en Monterrey. Foto: Facebook Berenice Villanueva JuárezCuando por fin se reencontró con su familia, notó enseguida la ausencia de su hija menor. Al preguntarle a su madre, le confesó que creía que ella había muerto y, sin poder cuidar a los menores, decidió entregar a la pequeña Sofía a unas personas conocidas.
La revelación la derrumbó y volvió a distanciarse de su madre, aunque dependía de ella para el cuidado de sus hijos.
Mientras luchaba por recuperarse y demostrar que podía hacerse cargo de sus hijos, Berenice volvió a la prostitución, esta vez en un restaurante ejecutivo frecuentado por hombres adinerados. Ese trabajo le permitió mantener a su familia y, además, fue allí donde conoció al hombre que más tarde se convertiría en su esposo.
Su presente como predicadora cristiana
El verdadero quiebre llegó cuando su madre, quien se había convertido en cristiana, la invitó a la iglesia un domingo. Esa era la gran condición para poder entregarle la tenencia completa.
“Fue el encuentro más importante de mi vida”, recuerda, refiriéndose a aquel primer culto, presidido por un pastor nigeriano, cuyo mensaje sintió como un llamado directo y personal.
Desde entonces, Berenice se aferró a la palabra de Cristo, logró recuperar a sus hijos y fundó su propia iglesia. “Dios cambió a una prostituta por una pastora”, afirma.
Hoy, junto a su esposo —también pastor— lleva más de 12 años viajando por distintos países para predicar su historia de transformación y fe.
Se define como “una pastora para la gloria de Dios” que agarra el micrófono y enfoca su mensaje especialmente a las mujeres “que están en una esquina queriendo un auxilio y un cambio en su vida”, tal como ella lo vivió.
Berenice comparte su historia en el culto no como un relato de tristeza, sino como una victoria. Su vida le enseñó, dice, que todo lo que se vive en el presente, por más doloroso que sea, puede convertirse luego en un triunfo logrado.
Fuente: www.clarin.com



